OLIVER SACKS: Un maestro en contacto con las drogas. Por Federico Pavlovsky


OLIVER SACKS: Un maestro en contacto con las drogas. Por Federico Pavlovsky

Una de los hechos que me resultan más interesantes de los grandes hombres es su debilidad ordinaria, su vulnerabilidad, sus puntos oscuros y grises, sus tentaciones. Aquellos aspectos que revelan que están hechos de carne y hueso y que son tan finitos y fugaces como el anodino extra de la escenografía vital. En el año 2012 presencie en Rio de Janeiro (Brasil) en el Congreso Brasileiro de Psiquiatría, la conferencia de uno de los más grandes personajes médicos vivos del ámbito de las neurociencias el Dr. Erik Kandel. Más allá de la conferencia y la emoción por ver a un hombre que nació en Austria, huyó de la Europa Nazi, que ganó el premio Nobel (2000), recuerdo como dato periférico otro evento menor pero que viene al caso. Durante los primeros siete o quizá diez minutos de la conferencia, Kandel se dedicó amorosa y detalladamente a agradecer a distintos representantes de la industria farmacéutica que habían colaborado con él; con el viaje a Brasil, con el hotel, con la cena de la noche previa, etc. Lo hacía porque quería y de manera espontánea. Pero yo no dejaba de pensar, si un premio Nobel de 90 años agradece de esta forma a la industria que queda para el medico promedio, para aquel que se sabe uno más. Para los médicos sin ese respaldo académico y sin esa autonomía que al menos en la teoría brinda la fama mundial. Kandel es una figura maravillosa y lo será siempre, pero en ese momento también sentí, a propósito de él, aquello que quiero compartir a raíz de un fragmento de la vida de otro gran hombre, Oliver Sacks. Siento que más allá de la dimensión del hombre, terminamos agradeciendo y experimentando temor frente a las mismas cosas. Hombres simples y hombres extraordinarios, unidos por los mismos fantasmas, ambiciones y demonios. El médico neurólogo ingles Oliver Sacks (1933-2015) es una de las figuras más interesantes y complejas en el mundo de la medicina, y sus libros, han acercado a millones de lectores al mundo de la neurología y sus misterios. Atraído desde joven en lecturas como “El origen de las especies” de Darwin o las autobiografías de Von Humboldt, era un estudiante de medicina incómodo con el statu quo de la formación médica: estudiar novedades o hechos acontecidos hace menos de cinco años, anulando en líneas generales la historia y el contexto en donde surgen los conocimientos. Sacks fue un médico que trabajó desde una perspectiva narrativa y biográfica, así atendió pacientes, estudio y escribió. Aficionado a las motos (su foto juvenil montando una potente BMW R60 fue comparada con la postal de Marlon Brando en la película “Salvaje”), a la botánica, al piano, fisicoculturismo y al alpinismo (en donde a los 41 años sufrió un grave accidente que luego motivo el relato “Con una sola pierna”). También fue un hombre célebre que explicitó su homosexualidad (es verdad, en la etapa final de su vida) así como los abusos físicos y psicológicos que experimentó en la infancia mientras vivía (junto con su hermano) en una residencia para niños (graficados en la novela “El tío Tungsteno”) a la que eran enviados los niños de Londres para evitar los bombardeos en la segunda guerra mundial. Se puede afirmar que Oliver Sacks escribió dos autobiografías, una acerca de su dolorosa infancia (la mencionada Tio Tungsteno) y otra que contempla básicamente su vida adulta, “En Movimiento”). La vida de Sacks reúne dos características que confirman su importancia: es el tipo de médicos que influyen en un momento cultural más allá de la medicina (tiene lectores en todo el mundo, ha sido traducido a todas las lenguas, incluso se han hecho películas sobre su obra: “Despertares”, 1990 con las actuaciones de Robin Wiliams -como O. Sacks- y R. De Niro como uno de los pacientes (Leonard L.). Esté está aquejado de panencefalitis (o enfermedad del sueño), una enfermedad que mantenía ausentes y paralizados a los pacientes por décadas; la historia cuenta como Leonard “renació” transitoriamente con el uso de L-Dopa. El segundo elemento, por contraste, es que no es demasiado tenido en cuenta por los colegas, que lo ven más como “un escritor de divulgación”. Ambas condiciones suelen estar presentes en aquellos médicos de primer nivel que han trascendido la especificidad de su oficio. En la década de 1960, cuando tenía 27 años, Sacks viajo en los Estados Unidos. Es probable que su migración tuviese varias causas; laborales, académicas, pero también afectivas. En su casa natal dejaba a su hermano (Michael) con esquizofrenia y una convivencia dolorosa y quizá insoportable. En los Estados Unidos Sacks tuvo algunas historias de amor intensas y desgarrantes, y de hecho en 1962 cuando se separó de una de ellas (“Mel”) comenzó su contacto con las drogas de abuso. Era un medico joven, hijo de médico, bien parecido y con futuro, formado en la excelencia médica, algo así como la anti-postal de la persona que “caerá en las drogas”. Él mismo señala al respecto que se pasó a las drogas luego de sentirse “desesperadamente solo y rechazado”, como una especie de “compensación”. Durante dos años en San Francisco Sacks se embarcó en una doble vida riesgosa: “de lunes a viernes, me dedicaba a mis pacientes, pero durante los fines de semana me dedicaba al viaje virtual: los viajes que me proporcionaba el cannabis, las semillas de dondiego de noche o el LSD. Era un secreto que no compartía con nadie ni mencionaba a nadie”. Sacks experimentó con distintas drogas, es probable que sus lecturas de Baudelaire, Huxley, Poe y Moreau du Tours acerca de la experimentación con sustancias hayan influido en su conducta -inicial- de búsqueda de sustancias. Una de las primeras drogas que utilizo fue el Artane (trihexifenidilo), un medicamento que produce euforia y todo tipo de alteraciones sensorioperceptivas y que hasta la actualidad es un medicamento que utilizamos neurólogos y psiquiatras para tratar síntomas parkinsonianos inducidos o no por la medicación antipsicótica; y también es una de la drogas legales más buscadas por los pacientes que abusan de sustancias cuando están internados. Es una droga legal y con potencial alto de abuso, hecho que conocen los pacientes, los médicos y los enfermeros. En ámbitos de privación de la libertad es una moneda valiosa de intercambio para conseguir dinero o favores o todo tipo de cosas. Sacks conoció la mezcla de marihuana y anfetaminas y los siguientes cuatro años quedo “enganchado”. Sobre las anfetaminas dice: “no hay manera de dormir, rechazas la comida y todo queda subordinado a la estimulación de los centros de placer del cerebro” (el nucleo accumbens y otras estructuras subcorticales que Sacks conocía en términos teóricos a la perfección). De la mezcla de marihuana y anfetaminas él explica detalladamente en su autobiografía que pasa a utilizar metanfetaminas por vio oral y luego intravenosa (llega a inyectarse drogas como la morfina) y experimentó una novela alucinatoria durante más de doce horas sin interrupción y sin dimensión del paso del tiempo. Sacks llego a la conclusión, a la que arriban por cierto muchos pacientes en relación al consumo, que podía pasarse días enteros, semanas, incluso años en un estupor adictivo sin registro del espacio / tiempo. Ese episodio fue el primer y último de contacto con la morfina y los opiáceos. En relación a su consumo de anfetaminas, al igual que “las ratas de Olds” (en referencia a un experimento donde ratas se autoadministraban anfetaminas sin parar hasta morir de cansancio), él mismo se sentía como una de esas ratas subordinadas a ese placer mortal: “las dosis que tomaba eran cada vez más altas, y el corazón se aceleraba y la presión sanguínea llegaba a un extremo letal”. No importa la tragedia que relate Sacks, siempre hay una traza de humor en sus palabras y así fue hasta el día de su muerte. Sacks le asigna a su estado de consumo masivo de anfetaminas un rasgo distintivo, la insaciabilidad, nunca tenía suficiente y explica que el “éxtasis” (nombre de la droga de moda) de las anfetaminas era mecánico y autoeficiente, que no necesitaba nada ni a nadie para “completar” el placer y esencialmente era un sentimiento completo, aunque también vacío. Un hombre de agenda completa, un atleta, un ser voluptuoso, con un huracán de ideas en su cabeza, luego de varios meses de uso semanal de anfetaminas llego a experimentar el cuadro de dependencia que padece el más simple de los mortales: “todos los demás motivos, metas, intereses, deseos, desaparecían en la vacuidad del éxtasis”. Luego de estos fines de semana de consumo , llamados por él “fines de semana de droga”, Sacks volvía al hospital y según su propia percepción o memoria“ nadie se daba cuenta de qué había pasado el fin de semana “, omisión o ceguera que es de lo más habitual en relación a los médicos con problemas de consumo de sustancias (o afectados de cuadros psiquiátricos no evidentes); ya que nadie supone que pueden estar enfermos, desde la propia familia (Sacks vivía solo de todas formas y básicamente vivió solo toda su vida) hasta sus compañeros de trabajo. Es la maldición del médico enfermo, no tiene quién se dé cuenta de su gravedad y no tiene quién lo trate, y habitualmente logra convencer a todos de lo “bien que se encuentra”. En consumo de anfetaminas y mientras leía un texto sobre la migraña, Sacks revela un sentimiento de confusión que tienen muchos pacientes en consumo: se preguntó si él estaba leyendo o escribiendo el texto que tenía en sus manos. ¿Autor o lector? Muchos pacientes, bajo el efecto de drogas estimulantes, confunden los planes, las ambiciones y la fantasía creativa de sus mentes con el hecho material y pragmático de llevarlas a cabo. Sacks define este fenómeno de una manera simple: “había experimentado la sensación de llevar a cabo un demente ascenso a la estratósfera para regresar con las manos vacías y sin nada que enseñar”. Para 1966 Sacks, recientemente mudado de California a Nueva York, estaba consumiendo enormes cantidades de anfetaminas (él se autodefine para ese momento como un “impulsivo consumidor de drogas" dispuesto a probarlo todo) y experimentaba un cuadro psiquiátrico que el mismo se preguntaba como nominar: “¿estaba psicótico?, ¿maniaco?, ¿desinhibido?”. Lo cierto es que experimentaba alteraciones en su percepción directamente relacionadas con su consumo: “experimentaba un extraordinario agudizamiento del sentido del olfato y de mi capacidad de memoria e imaginería” relata Sacks. Confiesa haber estado cerca de probar el “polvo del angel” (fenciclidina o PCP) pero en lo que debería haber sido su fiesta iniciática, encontró varios intoxicados (personas inconcientes, hombres extrayéndose de la piel insectos imaginarios, mujeres en estado de rigidez catatónica) y tal escenario de alienación funciono como límite, al menos para esta sustancia. No es raro que algunos pacientes logren evitar enredarse con ciertas drogas y no puedan detener el consumo de otras. La fiebre de consumo brindó a Sacks momentos de éxtasis (muchos de los cuales sexuales), pero al mismo tiempo su derrotero tuvo consecuencias de diverso tipo, por ejemplo el haber iniciado en la vida de consumo a un compañero (llamado en la autobiografía Karl) que simplemente no pudo parar de drogarse hasta su muerte y, que incluso en las etapas finales se transformó en traficante. Sacks no sintió indiferencia frente a este hecho y de alguna manera se encargó de expresar en su escrito un sentimiento de culpa por lo sucedido. Algunas personas pueden alcanzar estados trascendentes (“los indicios de la inmortalidad”) a través de la meditación, mediante técnicas parecidas de inducción de trance, o con la oración y los ejercicios espirituales. Pero Sacks advierte que las drogas “ofrecen un atajo; prometen una trascendencia a la que puede acceder cualquiera”; estos atajos son posibles por la capacidad que tienen las sustancias de estimular directamente muchas funciones cerebrales complejas. Pero en rigor a la verdad, un porcentaje mayoritario de las personas no utilizan tanto las sustancias para “trascender” sino más bien por el sentimiento de placer y euforia que pueden experimentar. Para 1965, ya en Nueva York, Sacks ya no solo consumía anfetaminas los fines de semana sino que se trataba de un ritual diario. Como detalla en su autobiografía (En movimiento) su estado anfetaminico de excitación, por las noches era “contrarrestado” con la ingesta de hidrato de cloral que le permitía dormir al menos unas horas. Las alucinaciones (retratadas de manera extensa en su libro de título “Alucinaciones”) pasaron a ser parte de la vida cotidiana. Una mañana sentado en un café experimento lo siguiente: “mientras removía el café, éste se volvió repentinamente verde, y luego purpura. Levante la mirada asombrado, vi que un cliente que pagaba la cuenta tenía una enorme cabeza, como si fuera un elefante marino. El pánico se apodero de mí; dejé un billete de cinco dólares sobre la mesa y cruce la calle para coger un autobús. Pero todos los pasajeros parecían tener la cabeza blanca y tersa, como si fuera un huevo gigante y los ojos inmensos y relucientes como los ojos compuestos de los insectos…”. Una amiga médica (Carol) a quien Sacks telefonea le hace las dos grandes y simples preguntas que un psiquiatra (o un medico) debe hacer a un paciente en ese estado alucinatorio: 1) ¿Qué has tomado? y/o 2) ¿Qué has dejado de tomar? Sacks estaba tomando grandes cantidades de anfetaminas pero el hidrato de clorar se había terminado el día previo de forma imprevista y desencadeno aquellas alucinaciones terroríficas (un cuadro alucinatorio, con pequeños animalitos e insectos amenazando e intentando trepar por la piel del alucinado e introducirse en su cuerpo, que duro cuatro días seguidos, potencialmente mortal conocido como delirium tremens) que lo llevaron a pensar (cualquiera lo haría) que se había vuelto loco. Esta interpretación además tiene un profundo significado afectivo, teniendo en cuenta el diagnostico de esquizofrenia de su hermano. En ese momento Sacks venia tomando una dosis quince veces mayor de hidrato de cloral de la indicada como hipnótico, y la tomaba por supuesto de la farmacia del hospital, hecho recurrente en los médicos que abusan de sustancias. El perfil de Sacks para este entonces es el de un adicto a las sustancias adulto promedio: había empezado a perder días de trabajo seguidos con la excusa de que estaba enfermo, tomaba anfetaminas constantemente y comía muy poco, había perdido peso (35 kg en tres meses). En cierta situación de intoxicación, en un estado de excitación, muerto de miedo y con visiones terroríficas, Sacks se propuso al menos mantener un poco de control externo sobre la situación y no dejarse llevar del todo por el pánico y a pesar de estar acosado a pocos centímetros por “monstruos de ojos saltones que me rodeaban” decidió comenzar a escribir lo que estaba viviendo. “Describir la alucinación con detalles claros y casi clínicos y al hacerlo convertirme en espectador, incluso en explorador, no en la victima indefensa de la locura que había dentro de mí”. Ese es el valor de la escritura para Sacks, creación pero también salvación, y esta es la perspectiva que atraviesa todos sus escritos, ya sea clínicos o ensayos. Sacks escribía todo el tiempo y en cualquier lugar, en el techo de un auto, en la montaña, en el hospital. En este plano inclinado a la autodestrucción, Sacks tiene un momento de “lucidez” y admite la posibilidad de recibir ayuda. Los primeros intentos con un psicoanalista resultaron inútiles, puesto que asistía drogado a las entrevistas y señala al respecto: “cuando vas colocado de anfetaminas, todo es simple y superficial, y las cosas parecen avanzar con milagrosa rapidez, pero al final todo se lo lleva el viento y no deja huella”. En un segundo intento encontró a un analista (Dr. Shengold) quien advirtió a Sacks que ese espacio no funcionaría si él no dejaba las drogas y sentenció que las drogas lo llevaban “más allá del límite del psicoanálisis”. A una persona como Sacks, experto en levantar pesas y romper sus propias marcas, ese límite también funcionó quizá como desafío. Fue en este contexto que Sacks detuvo su consumo. Muchos pacientes no lo hubiesen logrado. Vale la pena señalar la intervención de este analista, conciente de la calesita mental y los juegos de palabras eternos y circulares de muchos tratamientos cuando el paciente está bajo los efectos de las drogas en “análisis”. Sacks continúo su análisis con ese terapeuta más de cuatro décadas y es probable que su gran afinidad con el psicoanálisis, le haya permitido imprimir al texto de sus casos un tinte de historial biográfico y narrativo, más parecido a los casos de Freud del siglo XIX que a los anodinos y fríos reportes de casos de la medicina actual. Sacks es uno de los ejemplos en donde el psicoanálisis ha funcionado como usina creativa y de curación; el mismo psicoanálisis que es degradado por muchos “científicos” escudados detrás de sus planillas y escalas y ratoncitos. El año 1966 es el año que Sacks le dedicó a dejar las drogas, y como la inmensa de las personas que intentan superar esta compulsión, fue una experiencia dolorosa, larga y casi insoportable. Uno de los grandes aciertos fue dejar su trabajo como científico de laboratorio (cuyo desempeño había sido errático) y pasar a atender “pacientes de verdad”. Como neurólogo Sacks se propuso estudiar como el cerebro encarna la conciencia y el yo y comprender sus asombrosos poderes de percepción, imaginería, memoria y alucinación. Muchas personas comprenden el nivel de su propia adicción cuando sufren en carne propia los efectos de la falta de la droga, el vacío, el deseo crudo y la dolorosa lucidez de los primeros tiempos de la abstinencia. Pero la experiencia de Sacks no es una historia lineal sobre un adicto que “toco fondo”, dejó las drogas y encontró la plenitud; porque el mismo se encarga de rescatar algunas experiencias “positivas “de su acercamiento con las sustancias, como ciertas alteraciones perceptivas y una fuerza creativa, que en su caso singular según el mismo, lo ayudo a escribir su primer escrito (Migraña). Con Sacks siempre se trata de matices y de poesía. Algunos sujetos que han sido golpeados dramáticamente por el consumo, en su interior guardan recuerdos agradables, extrañan el efecto de ciertas sustancias; y no son pocos quienes en su fuero íntimo piensan o creen que ciertas experiencias -bajo el efecto de las drogas- valieron la pena. Sacks no relativiza en ningún momento la gravedad de una adicción, explica que la mayoría de las experiencias alucinatorias son en su mayoría desagradables y, también da cuenta del impacto destructivo del uso de drogas en su vida, a tal punto que en más de una vez en su autobiografía revela que si lo las hubiese dejado habría muerto antes de llegar a los 35 años. Pero también es un convencido que las intoxicaciones, así como los procesos de enfermedad cerebral (sea una demencia, la enfermedad de Parkinson o una alucinación auditiva) son una puerta hacia lo desconocido, un complejo cuadro de desinhibición, que en ocasiones puede liberar o despertar la vida interior y la imaginación, así como potenciar ciertos sentidos. Es lo que Sacks llama en su libro “Un antropólogo en Marte” -la paradoja de la enfermedad-: “hay defectos, enfermedades y trastornos (el abuso de sustancias puede incluirse aquí) que pueden desempeñar un papel paradójico, revelando capacidades, desarrollos, evoluciones, formas de vida latentes, que podrían no ser vistos nunca, o ni siquiera imaginados en ausencia de aquellos. Es la paradoja de la enfermedad, en este sentido, su potencial creativo.” Sacks estaba convencido que en cada sujeto existe una “identidad positiva” que ha surgido tras algo calamitoso. No se trata de demonizar la sustancia o lavar la cabeza de quien consume sino más bien evaluar cómo se articula con el proyecto personal, con sus necesidades y con la propia verdad personal. Muchos tratamientos exitosos se producen con personas que añoran y extrañan el contacto con las sustancias (por mucho tiempo y quizá por siempre) pero que aceptan dolorosamente detener su consumo. Las pasiones humanas son un buen ejemplo, como aquella persona que está perdiendo la vida atrapada en un gran amor destructivo y acepta declinar esa relación, cuando todo indica; la piel, los músculos, la sangre, la saliva, los pensamientos, que debería continuar pase lo que pase. En 2015, en los últimos meses de su vida (murió a los 82 años), escribió tres artículos (“de mi propia vida”, “Shabat” y “mi tabla periódica”) que fueron publicados en el New York Times, donde relato su enfermedad y se despidió de su legión de lectores con palabras de agradecimiento y ternura. Se describe en estos últimos escritos como “una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención de todas mis pasiones”. Los artículos biográficos y las críticas literarias sobre Oliver Sacks se refieren lacónicamente a su experiencia y adicción con las drogas, hecho que fue central en su vida durante nada menos que cuatro años. A título personal que esa experiencia lo marco como hombre, médico y escritor. La adicción como proceso existencial en la vida de Sacks intuyo que ha producido dolorosas marcas, aprendizajes a fuego, cicatrices, momentos de éxtasis y un deslizamiento a un final trágico que pudo ser evitado a tiempo. ¿Qué salvó la vida de Sacks? La receta de él mismo es contundente: el psicoanálisis, la satisfacción del trabajo clínico como neurólogo (“cuando no trabajo me siento desamarrado, me invade una sensación de vacío y autodestrucción”), la escritura (fue bautizado por la prensa como “un científico de las letras”), los amigos y la buena suerte.
Federico Pavlovsky. Médico psiquiatra
OLIVER SACKS: Un maestro en contacto con las drogas. Por Federico Pavlovsky OLIVER SACKS: Un maestro en contacto con las drogas. Por Federico Pavlovsky Reviewed by Max Cesoni on 16:11 Rating: 5

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